El poder sanador del yoga

Hay momentos en la vida en que nos encontramos de frente con el gran poder de nuestras emociones, y vivimos su complejidad, profundidad y fuerza incontrolable, como si se tratara de una avalancha que nos arrastra más allá nuestra voluntad. Vemos, como del fondo de nuestro ser, casi volcánicamente surgen contenidos que eran hasta ahora inconscientes, y que ahora brillan a plena la luz del día esperando ser resueltos.

Otras veces, simplemente padecemos la molestia crónica de la emoción, su presencia difusa que nos respira en la nuca todos los días, o que instala en el cuerpo un dolor a prueba de cualquier remedio externo. Y es cuando necesitamos una medicina para el alma, como el yoga, que nos embarca en un submarino seguro al origen del dolor, lo alivia y lo sana como bálsamo divino y nos alimenta con una ambrosía sagrada que nos llena de una fuerza y poder que no habíamos experimentado antes. O sea, nos libera de yugo de la emoción haciéndonos más grandes y luminosos que antes, más integrados y en consonancia con el Todo (“yoga” = unidad).

No confronta pero reconforta.

La sanación efectiva la mayoría de las veces no se da a través de la confrontación. La confrontación nos espanta y nos aleja del proceso de curación. Por eso el yoga, aunque no fue pensado como metodología psicoterapéutica, tiene muchos beneficios de este tipo, y una de sus ventajas es que no confronta, si no que sana con dulzura y gentileza, un poco cada vez, y desde el amor reconforta.

Viaje de transmutación. 

¿Cómo no dejarnos convencer de una amorosa invitación a conocer lo luminoso, poderoso y sagrado dentro de nosotros? El yoga es un excelente guía turístico a todo lo bello, dormido e inexplorado dentro nuestro. Y si, toca viejas heridas, pero es tanto lo hermoso que revela, que casi sin darnos cuenta, vamos abriéndonos a la vida renacidos, como el fénix, de las cenizas y con inmensas alas para volar a posibilidades ilimitadas.

Amante sagrado.

El miedo, padre de muchos males modernos (como estrés y depresión) es el opuesto al amor, y el yoga es un camino del amor. Cuando practicamos, el yoga se vuelve nuestro amante sagrado, que nos muestra un mundo sostenido por una vasta sabiduría, que le da sentido a todo, incluso al dolor.Un amante sagrado que reivindica nuestro valor y nos recuerda que merecemos ser amados, y que solo hacía falta abrir los brazos. Un amante sagrado que apuesta su vida para que vivamos despiertos, disfrutándonos la belleza inmarcesible y voluptuosa de la vida.

Celebra la vida.

El yoga nos muestra que no se trata de la perfección, de la excelencia, ni del éxito ni en la práctica ni en la vida. El yoga nos abre los ojos a nuestro único deber: ser felices, y lo mejor es que nos enseña cómo. Primero sentimos nuestro cuerpo de manera diferente, lo entendemos como una vasija de lo divino. Luego dejamos que el corazón y la mente sean, y nos desencadenamos de las ideas obtusas del bien y del mal, que duelen tanto. Y después de muchos otros regalos que nos hace, nos lleva a sentir de verdad que todo está bien, y no nos deja más que extasiarnos con la vida.