Bhagavad Gita

Notas sobre el Bhagavad Gita

Por: Jorge Ángel Livraga.

El Bhagavad Gita es una parte de la gran epopeya hindú «El Mahabharata». En esta epopeya se narra la lucha sostenida por dos bandos enemigos para conquistar la gloriosa Ciudad de Hastinapura.

Es difícil precisar con exactitud cuándo fue escrito el Bhagavad Gita, pues las opiniones al respecto son muy diversas. Para algunos su antigüedad es de 5000 años o más, y para otros se reduce a cuatro o diez siglos después de la era cristiana. De todas maneras, no importa precisar la edad de esta obra, ya que en última instancia su Mensaje es tan viejo como el Hombre mismo. A través de sus páginas podemos encontrar no sólo la historia del Hombre como tal, sino de todo el Universo. Todo lo que Es tiene su explicación en el Bhagavad Gita.

Esto se aclara más si buscamos el significado etimológico de Bhagavad Gita: «Canción del Señor» o «Canto del Maestro». Entendemos por Canción esas mágicas palabras de la Divinidad que, con su inmenso caudal de Conocimiento, nos muestran el sentido de la Vida. Esta no es una canción para los oídos externos; tan sólo los oídos del Alma pueden percibirla y remontarse a través de su melodía. Esta es la Perfecta Melodía que nos habla de la Ley del Mundo, y poder escucharla es empezar a vivir armónicamente con la Ley.

A medida que vayamos profundizando en esta obra, cinco elementos simbólicos de especial importancia irán acaparando nuestra atención:

La Ciudad de Hastinapura

También llamada Ciudad de los Elefantes o Ciudad de la Sabiduría. ¿Qué representa esta ciudad y por qué se la emparienta con los elefantes y la Sabiduría? Para responder a esto debemos recordar que los orientales se valen de muchos símbolos en sus escrituras, y precisamente después de analizar el comportamiento, apariencia, conducta y costumbres del elefante, lo han elegido como símbolo de Sabiduría.

A pesar de su aspecto grande y pesado, camina pausadamente: su pata no interfiere el más mínimo sendero de hormigas. Los ojos del elefante son pequeños, no destacan en relación con su tamaño, y de igual forma, en el Sabio importa poco la visión del mundo externo; pero ¡quién pudiera abarcar lo que ven sus ojos interiores! Las orejas son grandes, acostumbradas a oír mucho, pero también a comprender mucho.

Sin embargo, cuando ese apacible elefante oye en la selva el grito de su manada, no hay obstáculo capaz de detenerlo: corre y arrastra con todo para unirse a esa voz que lo llama. También así obra el Sabio: cuando la Voz Superior lo llama hacia la elevación, no hay obstáculo en el mundo material que pueda frenar su carrera.

Indudablemente, pues, Hastinapura es la Ciudad de la Sabiduría: el Reino que todo hombre despierto anhela y debe conquistar. Esa es la única posesión propia del ser humano, porque no se trata de una sabiduría perecedera y fruto de una cultura determinada. Es el Saber Eterno que no cambia a través del tiempo. Es lo que conforma la esencia de todas las cosas: no ha nacido nunca y tampoco morirá.

Los Kurús o Kuravas

Simbolizan la personalidad del hombre con sus múltiples defectos. Es la imagen del ser mundano, totalmente dividido en su afán de atender las numerosas llamadas sensibles que lo requieren. Es el hombre tan preocupado por lo que ve fuera de sí, que se olvida de mirar en su interior. Es aquel que se perdona sus vicios porque le es más cómodo no luchar. Es el que enmudece, a la fuerza, la voz de la conciencia, porque le duele saberse imperfecto, porque lo que oye le molesta; pero al mismo tiempo sufre cuando imagina cualquier esfuerzo para corregirse.

Esa comodidad, esa inercia, son signos de muerte, porque si no se conquista la Ciudad de Hastinapura, la de los Altos Ideales, ¿dónde viviremos cuando muera la personalidad?

Los Pandavas

Representan las fuerzas benéficas y positivas que obligan a crecer al hombre. En este bando militan los que han escuchado su Voz Interior y están dispuestos a seguir sus indicaciones. Seguir esta Voz supone levantarse con esfuerzo sobre nuestras propias ruinas y volver a construir, pero esta vez hacia arriba. El hombre percibe lo Divino, y apiadado de su pobre condición humana, la deshace, la vuelve a construir, la pule, hasta asemejarse al modelo que se propuso.

Arjuna

Es la imagen de toda la Humanidad. Cada uno de nosotros libra, o librará algún día, la misma batalla de Arjuna. ¿Quién no ha sentido alguna vez el deseo de superación? ¿Quién no ha comprendido, entonces, que esa superación va acompañada de esfuerzo y dolor? ¿Quién no se ha acostumbrado en algún momento ante esa perspectiva? Mentiríamos si dijéramos que nunca nos sentimos abatidos frente a las dificultades. Pero también mentiríamos si tratásemos de convencernos de que es mejor no pelear. Pero hay algo aún que nos hace sentirnos más seguros, más acompañados: es saber que no estamos solos en la lucha. Si nos damos la vuelta y preguntamos a quien está de nuestro lado, veremos que de manera semejante a la nuestra, ese ser también está batallando. Sentir, saber que toda la Humanidad trabaja por la superación es el máximo aliento que nos obliga a unirnos y a no perder un instante, pues una flaqueza nuestra podría detener el trabajo del mundo. Y no sólo pensemos en los hombres. ¿Hemos visto alguna vez crecer una planta?, ¿hemos observado la paciencia que necesita una flor hasta que se abre? Si toda la Naturaleza colabora en el mismo plan, ¿acaso el hombre, el ser dotado de razón y voluntad, va a retirarse? No. No nos desalentemos. La pequeña derrota de un día no significa la batalla perdida. La batalla se gana día tras día, sembrando esfuerzos, realizando una vida. El Hombre, para llamarse así, debe ganar con trabajo esa bendición. No es Hombre todo el que nace, pero sí lo es el que se hace a sí mismo. No pensemos que estas son palabras vacías; tampoco creamos que aprendiéndolas de memoria lograremos algo: es necesario vivirlas. Sentir los «tirones» de lo que es arriba y de lo que es de abajo, diariamente, es ir trazando el camino.

Krishna

Representa en el Bhagavad Gita la encarnación de la Suprema Divinidad, pero es también el Maestro, el consejero que allana la senda de Arjuna. Posiblemente creamos que en la rutina de nuestra vida diaria no vamos a encontrar a ningún Krishna que nos sostenga durante la batalla. Pero, pensémoslo un poco mejor: no busquemos un Krishna externo, pues si aprendemos a conocer nuestro Yo Superior, allí hallaremos al Gran Maestro. ¿Cómo reconocer nuestro Yo Superior? Cuando nos llegan al corazón palabras de amor, de arrepentimiento por los errores, de total inegoísmo; cuando escuchamos palabras que nos avergüenzan por vivir de forma tan contraria a ellas; cuando tratamos de ahogar esa Voz, porque comprendemos que obedecerla representa un sacrificio, entonces es el Yo Superior quien nos habla. Sí, indudablemente es difícil actuar de acuerdo con la voz del inegoísmo. Es posible que al principio de la lucha sean más los dolores que las alegrías. Pero al final de ese camino nos espera la Suprema Felicidad: ser nosotros mismos, haber otorgado la dirección de nuestra persona a ese Yo que está naturalmente capacitado para transitar el Sendero.

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