Para nuestra cultura la tristeza es un lugar temido, y evitado a toda costa. Hemos olvidado la conexión sagrada con las emociones, y las hemos reemplazado con entretenimiento y evasión. Convertimos el rango normal del dolor humano en patologías y enfermedades que deben ser tratadas externamente con fármacos, y nos alejamos más y más de la sabiduría milenaria de nuestros cuerpos y espíritus.
