No creas lo que te dicen sobre ser mujer!

Crecí en una familia en donde había dos tipos de mujeres: las que lo hacían todo, que se encontraban con hombres no siempre muy disponibles o dispuestos a compartir y co-crear la vida, asumiendo así muchas cargas y responsabilidades  tanto en la vida familiar, laboral, económica como en la relación de pareja; y las que estaban peladas con los hombres, muy fuertes, muy dominantes y poco disponibles para relacionarse con los demás, egoístas, insensibles, y crueles. Eso me llevó a tener experiencias muy opuestas de lo que es ser mujer, y a lo largo de mi vida es algo que he tenido que ir revisando, y reorganizando para encontrar un camino sano.

Lo que nosotros encontramos en terapia es: mujeres con mandatos del masculino y femenino exacerbados. 

Amabas polaridades, femenina y masculina, hacen parte de todos los humanos, son modalidades de experiencia, pero cuando están exacerbados nos llevan a pasarla mal, perder bienestar, equilibrio y plenitud. 

Cuando tenemos mandatos desde el masculino exacerbados decimos y vivimos a partir de ideas como: «no necesito a nadie», «yo puedo sola», «todo depende de mi», «yo soy lo único que importa», «jamás pido ayuda», «tengo que ser fuerte/berraca» y esto hace que las mujeres vivan muy cansadas, llenas de responsabilidades, muy solas, con relaciones interpersonales muy difíciles, luchas de poder, dificultad para vincularse con los otros, comprometerse, para tener intimidad emocional, para nutrirse a sí mismas, sufriendo alta exigencia y demanda, con mucha rigidez (física y mental), sufriendo enfermedades… Porque han perdido la capacidad de atenderse, cuidarse, descansar, nutrirse, nutrir las relaciones, su vida interior y espiritual, muy volcadas al hacer, a los logros y resultados, en una búsqueda de probar su mérito, valía y encontrar reconocimiento.

Esta es una respuesta a mandatos  que nos enseñan que no podemos esperar nada de nadie, no podemos confiar, que tenemos que ser independientes por que los otros y las relaciones son peligrosas, que debemos lograr cosas muy grandes, tener éxito, a través del esfuerzo, el trabajo duro, la exigencia y el sacrificio para tener un lugar seguro y ser respetadas.

Quienes tienen mandatos desde el femenino exacerbado reciben estas ideas de la mujer sumisa, la mujer que tiene que crear su vida al rededor de su pareja y sus hijos, que si no tiene una pareja no va a salir adelante en la vida, que tiene que poner primero a los demás antes que a si misma, y que su foco siempre van a ser los otros, el servicio, la ayuda, el cuidado y nutrición que le pueda ofrecer a los demás y ella queda relegada al último lugar de la lista. Dicen cosas como: «no voy a poder sola», «mi esposo y mis hijos son todo», «si ellas están bien lo demás no importa», «las mujeres somos el centro del hogar», «la realización de una mujer es su familia» y esto hace que las mujeres lleguen a consulta muy enojadas porque están aplazadas sus necesidades, sus sueños, sus metas y no ha podido dedicarse a conocerse a si mismas(saber quienes son, que quieren, para donde van, cuanto valen), están muy cansadas por tanta exigencia, y con muchas necesidades aplazadas en la vida.

Y también hay quienes reciben ambos mandatos: quienes tienes que sostener a todos, ser sumisa y a la vez tiene que ser berraca, salir adelante, y hacerse cargo de todo.

Cuando tenemos estos mandatos tan polares se nos niega la oportunidad de conocer el lado sano de la vida, porque no vimos, no tuvimos el ejemplo ni se nos enseño explícitamente como podíamos explorar nuestro potencial. La sanación en cualquier caso vienen cuando equilibrados las energías masculinas y femeninas interiores (aplica para todos los seres humanos por igual).

La energía masculina sana nos permite la acción, extroversión, logro de metas, la consecución de logros, la concentración,  la presencia, la construcción de una identidad sana, los limites saludables, el despliegue energético. Mientras que la energía femenina sana nos permite la nutrición, la capacidad de disfrutarnos el día a día y el paso a paso, de sentirnos y sentir a los otros, de conectarnos, de ser compasivos, creativos e intuitivos. 

Estos mandatos no siempre son conscientes y eso implica que muchas veces nos sentimos mal y no sabemos porque si estamos haciendo todo «bien», tal como me lo dijeron en mi cultura, en mi familia, en mi «iglesia» y esto es porque aunque los mandatos estén normalizados y hallamos acordado colectivamente seguirlos no quiere decir que sean sanos y permitan plenitud.

Allí es cuando tenemos que revisarlos para transformarlos, sanarlos para nosotros y nuestra descendencia, y esta una manera consciente de crear nuestra vida y contribuir al mundo desde un planteamiento en donde el humano puede expresar y experimentar ambas energías libre y plenamente.