Lo mejor que me enseño el yoga
No hay palabras para explicarlo, pero intentaré.
Cuando me acerque al yoga a los 16 años, movida por la curiosidad que me inspiraba su profundidad, pasaron muchas cosas.
Lo fui explorando en clases y en casa y de pronto cuando todo se movió bajo mis pies, fue lo único que me sostuvo, y entonces me enseñó:
- La libertad es un derecho divino, seguirla es hacer la vida grandiosa. No hay porque fingir ser lo que no se es, no hay por qué hacer lo que no se quiere, no es necesario limitarse a ningún estándar. Como dice el mahavakya (gran verdad) aham brahmāsmi – yo soy divino, por ende ilimitado, y el acto más divino que podemos ejercer es ser lo que somos con libertad.
- La dicha es posible ahora, y está adentro. Cada practica es un rezo, una forma de estar tan presente que lo único que queda es puro gozo. Quién allá practicado con entrega sabe a lo que me refiero. El yoga nos hace sentir en casa, nos hace saber que no hay lucha ni afanes como tanto pensamos, y que es exquisito estar aquí y ahora.
- El amor es los que nos sostiene. Con cada respiración el yoga, como en un acto de magia, nos muestra que es el amor lo que nos constituye celularmente, que es el amor la fuerza que nos atraviesa permanentemente y es el motor que nos moviliza al gozo y al dolor para crecer, que es el amor lo que a cada instante nos cobija, guía, levanta, y cuida.