Me perdí en tí

Todos necesitamos amar más. Más del amor sabio siempre es bueno, ese que se siente cálido, satisfecho, agradecido, generoso infinitamente, expansivo, y que sabe conciliar la paradoja entre el tu allá y yo acá, y todos somos uno.

Perdernos en el otro es fácil, al principio porque la luz nos deslumbra y solo queremos admirarla (nos recuerda la propia, que se había colado con el tiempo). Después, porque el otro nos ayuda a escapar de los vacíos y vicios, de los rincones interiores no visitados, de los dolores añejos, de las malas mañas, y de las excusas bien vestidas.

Es cuando decimos: “sin ti me muero”,” no soy nada si ti”,” eres mi universo”,… y ya no sabemos dónde termina el yo y donde empieza el .

Perdernos en el otro duele, y mucho, porque es en realidad habernos perdido a nosotros mismos, habernos olvidado de los poderes, la magia  y la luz guardada en  lo profundo del Yo. Duele porque hemos puesto en pausa nuestra propia sanación y por qué esperamos que otro gane la batalla de nuestra propia felicidad, aunque no le corresponda.

El amor sabio, en cambio, es una danza fluida, un ir y venir de mí hacia el otro, y del otro hacia mí.

En el amor sabio:

  • Cada uno sabe que tiene su propio camino, misión y tareas en la vida, y las abrazan con respeto mutuo y colaboración.
  • Se puede dar abundantemente, tanto como nazca, siempre que sea con ganas y disfrute. Así, es una expresión de amor y no una transacción.
  • El otro nos da el más divino regalo y honor: experimentar qué es amar.
  • Cada uno reconoce que su forma de amar es diferente, agradece lo espontaneo en el otro y no le carga con falsas expectativas.
  • Cada uno se hace cargo de su propia oscuridad, heridas, malos recuerdos y se dedica con responsabilidad a recordar la luz que ya es.
  • Cada uno sabe que es suficiente para sí, que dentro tiene todo lo que necesita para ser feliz, y hace todo lo necesario para construir su propia felicidad.
  • Sabe que las relaciones (todas) son escenarios para desarrollar el ser, que nunca nos equivocamos con los otros y nunca nadie se equivoca con nosotros.