¿Por qué nos cuesta cambiar?
El cambio se nos planta en el camino y no nos deja seguir como antes, y esto cuesta mucho porque…
Cambiar implica abandonar el lugar seguro y conocido, dicen por ahí, «mejor malo conocido que bueno por conocer», y muchas veces en la vida renunciamos al crecimiento, la expansión y la evolución porque la costumbre nos gana, aunque nos talle y nos reste espacio para brillar. Así que tomar conciencia de que si bien la comodidad nos agrada, allí generalmente no es posible encontrar satisfacción, es el primer paso.
Cambiar exige quitarnos las mascaras y salirnos del personaje. En la vida todos creamos un personaje que a partir de su guión repite siempre las mismas decisiones, relaciones y situaciones, y cuando el cambio llega tenemos que tal vez por primera vez quitarnos ese disfraz que se ha vuelto casi nuestra propia piel pero que no refleja nuestra verdad, que no permite desplegar nuestro potencial y que ya no nos funciona, y esto tan inusual es también muy incomodo, porque si no somos más ese viejo personaje entonces ¿quien seremos?.
Cambiar tiene como consecuencia dejar de ser reconocidos por los otros. Nuestro personaje particular tienes sus rasgos que lo hacen ser visto, querido y tenido en cuenta por los otros. Cuando cambiamos vamos a dejar de «funcionarle» o «servirle» a varias personas de nuestra vida. Esa «soledad» nos resulta sorpresiva y apabullante y nos confronta con el miedo a la desaprobación. Lo cierto es que cuando cambiamos algunas personas preferirán irse y otras, que profesan un amor más honesto serán las que se queden, y eso esta bien.
Cambiar nos lanza al vacío, un vacío que es provocado por los vínculos que ya no están y un vacío que viene de no tener más el viejo personaje pero aún no haber descubierto ese Ser profundo que estaba escondido detrás de todo. Pero ese vacío es fértil, el lugar más cercano a ese Ser real y genuino que esta esperando ser visto y honrado, una brecha incomoda pero necesaria que nos permite desperezarnos para recrear nuestra vida, y que esta pleno de potencialidades. En el vacío no están los otros entreteniéndonos y tenemos si o si que sanar, reconciliar y perdonar muchas partes interiores que habíamos aplazado.
Cambiar es dejar de excusarnos y dejar de renunciar a nuestro poder. Al cambio no le quedan las disculpas: si tientes el tiempo, si tienes los recursos, si sabes hacerlo, si eres capaz, si te lo mereces, deja de repetirte y creerte lo contrario, eso te mantiene pequeño y a oscuras. Tienes dentro todo lo que necesitas para cambiar, expandirte y crear, tal vez necesitas ayuda para recordarlo, pero ahí dentro tienes todo.
Cambiar no es traicionar a tu familia. Todos crecimos con mandatos familiares invisibles que nos permiten llegar en la vida hasta un punto, generalmente no más lejos que nuestros ancestros. Esta lealtad inconsciente nos hace repetir las historias de desamor, enfermedad, escasez, y sufrimiento que vivieron nuestros padres y abuelo o nos lleva a renunciar una felicidad más grade que la que ellos tuvieron. Pero el verdadero amor, la sana lealtad es aquella en la que honramos la vida que nos dieron diciéndole SI a la vida, y viviéndola plenamente.
El cambio exige acción, reconocer que necesitamos cambiar no es suficiente, necesitamos trabajar dedicadamente en eso que necesita ser modificado. El cambio requiere repetición de lo nuevo, persistencia y resistencia. Además sucede más fácilmente si eres coherente con tu cuerpo, emoción y pensamiento, «corazón, cabeza y manos».